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Entrevista a Cynthia Rimsky, escritora de viajes

En este artículo

Cynthia Rimsky es escritora de viajes, aunque ella prefiere definirse como una escritora observadora. Con su última novela, Rimsky dejó de ser un secreto bien guardado. “Ramal” (Editorial FCE) fue bien recibida por el público y la crítica. Pronto, esta escritora tiene un nuevo viaje programado; irá a la Feria del Libro de Guadalajara representando a Chile. En esta entrevista nos cuenta sobre sus lecturas, su método de escritura y  su interés al recorrer un lugar: “Observar minuciosamente sobre todo lo que parece no tener importancia”.

Tus libros de viaje siempre comienzan con una pregunta. Esto te ha llevado, por ejemplo, a viajar por Europa del Este en busca del origen de un álbum de fotos que compraste en el Persa de Santiago, en el caso de tu novela “Poste restante” (2001). Cuéntanos sobre el comienzo de “Ramal” y el proceso de su escritura, que te tomó más de 3 años.

Escuché el nombre, Ramal (que es el tren que viaja entre Talca y Constitución), y me encantó. Hay veces, sobre todo cuando viajas, que escoges un lugar porque el nombre te evoca algo y no sabes exactamente qué es. Entonces te diriges hacia allá a ciegas. Lo que te guía es la telaraña de evocaciones que el nombre te va proponiendo a medida que te acercas al lugar. Marcel Proust habla de ello a propósito de las impresiones. Dice: “… de pronto un tejado, un reflejo de sol sobre una piedra o el olor de un camino me hacían detenerme por el placer particular que me causaban, y también porque parecía que ocultaban algo más allá de lo que yo veía  y que pese a mis esfuerzos no acertaba a descubrir”. Ese misterio del nombre es, según Roland Barthes, lo que guía la escritura de En busca del tiempo perdido.  

Creo que tenía ese ensayo de Barthes en mente. Ya me había ocurrido antes lo de los nombres. A propósito de Poste restante, con Ulanov, el pueblo en el que nacieron mis abuelos paternos. Si ese fue un viaje al origen, Ramal se constituyó como una pregunta por el devenir. Los inmigrantes, como mi abuelo, llegaron a vivir a Independencia, San Diego, Av. Matta. Los hijos de estos inmigrantes, nacidos en Chile, como mi padre, prontamente se desplazaron hacia los barrios altos de la ciudad obedeciendo el mandato del progreso. No así mi padre, que continuó trabajando en los alrededores de la ex estación Mapocho. Siempre me pregunté por qué mi padre se detuvo allí, si es que eso era detenerse, si es que eso era fracasar, como piensa la mayoría, cuando advierten con espanto que el del lado no sigue la  carrera del progreso social y económico.

Cuando visité el ramal, me encontré con que la mayoría de sus habitantes había emigrado a Santiago o a Talca. Entonces me pregunté por los que se quedaron en el ramal. Por la vida que se hace en la vía rápida y la vida en el ramal, dos tiempos,  uno es unidireccional y el otro circular; dos maneras de vivir, una en dirección al éxito y la otra sin dirección.

En una charla dijiste que la escritura tiene (o debe tener) un elemento corrosivo y subversivo. ¿Podrías explicarnos esto?

Hubo una época en la que los escritores actuaban como antenas y eran capaces de percibir las transformaciones sociales antes que las ciencias y la política. Tienes a un Baudelaire, a un Flaubert, a un Dostoievski, a Walter Benjamin; en Chile están desde Manuel Rojas, Baldomero Lillo, Gabriela Mistral, María Carolina Geel, Marta Brunet, Enrique Lihn y muchos más. Los escritores jugaban un rol subversivo, atacaban las bases del orden establecido, del lenguaje establecido; actuaban como una conciencia crítica, eran capaces de leer entrelíneas y de ir a contracorriente de los movimientos hegemónicos. Muchos estuvieron del lado de los desposeídos, de los oprimidos, de los marginados. No pensaban en el mercado o en hacer una carrera literaria, escribían porque tenían algo que decir, una urgencia por develar, por experimentar fuera de lo hegemónico. Corrosivo quiere decir incisivo. Subvertir quiere decir trastornar, revolver, destruir, especialmente en lo moral. Subvertir el orden establecido, el orden hegemónico, para abrir paso a otros órdenes, a una ética nacida de la experiencia; no a una moral impuesta por el poder.

Para mí la literatura fue una ventana a través de la cual pude ampliar inmensamente mi forma de pensar, de ver, de sentir; fue la manera que tuve de no seguir la huella de mis padres, de encontrar otras huellas, distintas. La lectura me impidió reproducir la moral en la que fui criada. La lectura te hace pensar, pensar es subversivo porque implica dudar. A esta sociedad del espectáculo, me gustaría oponerle algo que está más desvalorizado que la política, y es el pensamiento. Hay pocas cosas más entretenidas y enriquecedoras que pensar por uno mismo.

Tus viajes, has dicho, no son programados. Te gusta el azar, perderte en ciudades desconocidas. ¿Podrías contarnos cómo son estos viajes azarosos y por qué los prefieres a los programados?

No me gustan las vías principales, no sé por qué, desconfío de ellas, prefiero los desvíos, los caminos secundarios.  Generalmente, cuando viajo, no sé adónde voy a ir. Marco un punto de inicio, a partir del cual voy descubriendo adónde quiero ir, es ensayo y error, a veces, solo errores o un acierto. No me interesa el lugar en sí como la experiencia que surgirá en ese lugar. Y la experiencia puede surgir en el lugar menos pensado. La experiencia no tiene relación con las grandes maravillas que hay que ver. Paul Bowles dice que con la caída de los grandes relatos y de los lugares inaccesibles, lo único que se puede contar es la propia experiencia. “La escritura de viajes es el relato de lo que le ocurrió a una persona en determinado lugar lejos de casa… el tema es  el conflicto entre el escritor y el lugar”. Yo agregaría que es la relación o vinculo entre un escritor y un lugar, una situación o un objeto. Por ejemplo, hace unos años viajé al norte de Perú, había sacado un boleto de bus hasta X, pero cuando se detuvo en Riobamba, tuve el impulso de bajar. No sé por qué. Me ocurre muchas veces. Estuve varios días allí sin ningún motivo. Había un museo de momias que visité en el camino de regreso, que unía al pueblo del bajo con el del alto, me senté a conversar con una madre y una hija que pasaban los días en el pórtico de su casa con un canasto con dos o tres naranjas o plátanos. Las mujeres se dedicaban a observar lo que ocurría en el camino. Me quedé toda la tarde  a observar con ellas. Si me preguntas por mi viaje al norte de Perú, te hablaré de ese camino.

Diriges un taller de literatura de viajes, ¿qué consejos les das a quienes quieres comenzar a escribir sobre viajes?

Proust escribe: “El único viaje verdadero, el único baño de juventud, no sería ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, de cien otros, ver los cien universos que cada uno de ellos ve, que cada uno de ellos es”. Los únicos consejos que puedo dar son: aprender a observar más allá de los prejuicios y de las anteojeras culturales o sociales, observar minuciosamente sobre todo lo que parece no tener importancia (leer a George Pèrec). Hacer hablar a las cosas, hacer hablar a los gestos, a los lugares, a las rutinas; preguntar a las cosas, como dice Paul Celan, de dónde vienen y adónde van. Leer en los desechos la cultura, como dice Walter Benjamin. Y por último, atreverse a salir del ámbito de la comodidad, aventurarse por los márgenes, por los lugares sin interés, encontrar otros puntos de vista para mirar el Museo, la Catedral, atreverse a no ver lo que se supone que hay que ver cuando uno va a otro país. Convertir lo que ves en un espejo de lo que dejaste atrás, escribir sobre el espejo. Rilke aconseja a los jóvenes poetas hacer la experiencia, vivir intensamente, buscar, ensuciarse, dolerse, como se ensucian y duelen las personas, las cosas, las ciudades, los paisajes, desear como ellos, fracasar, morir como ellos. La escritura no pasa por el lado, es deseo y experiencia.